Me pregunto cuanta gente transita esta ciudad todos los
días. ¿Miles?
El hecho es que, caminando por estas veredas como uno más
del montón, me pregunté cuántas de estas personas que veo en la calle, hoy,
caminan con el corazón roto.
Y es que, es imposible descifrarlo. Porque el corazón no se
ve. Porque nada distingue a alguien con el corazón roto de los demás. Incluso
los felizmente enamorados tienen alguna expresión característica. Incluso la
gente triste tiene algo en la cara que la delata. Podemos distinguir mil
profesiones por la ropa que lleva o por los lugares que frecuenta. Podemos
distinguir fácilmente quien es oriundo y quien es forastero. Pero el corazón roto es otra cosa. Es esa
sensación que no podemos demostrar. Principalmente porque muchas veces ni
siquiera sabemos que ese ‘cosito’ al que nos gusta llamar “corazón” sin
referirnos al órgano vital, está roto.
Sí mi querido lector. Me costó tanto como a cualquier
persona llegar a esta conclusión. Pero finalmente ese vacío, esa angustia, esa
nostalgia, ese ‘no se qué’ en mí, se transformó en palabras. Le puse nombre y
apellido. Le di una definición: Corazón roto.
Cómo es que llegué a este estado tan peculiar es la pregunta
que me lleva a transitar mis recuerdos. A repasar los eventos que hicieron que
hoy camine con el alma en pedazos guardada en la billetera. A definirme como un
ser humano (y más humano y mortal que nunca) que siente una tristeza tan íntima
que hasta creo que está oculta. Oculta de la vista de todos. Porque a nadie le
gusta admitir que le rompieron el corazón. Sí mi estimado amigo, el corazón se
rompe, y no es por casualidad. El corazón se rompe porque lo rompen. El corazón
se rompe porque antes estuvo sano. El corazón se rompe porque es una de las partes más
íntimas y frágiles que tenemos. Por eso nos cuesta admitirlo. Por eso nos
cuesta demostrarlo. Y por eso es que caminamos entre este cúmulo social pasando
desapercibidos. Pero hoy tuve ganas de despojarme de toda careta y
admitirlo abiertamente. Yo, al igual que muchas personas, tengo roto el
corazón.
Tengo rota esa parte que de mí que se dedica a querer. Esa
parte que desnudé una vez y mil veces para regalarla y que me devolvieron. Quizás
porque no era suficiente. Eso no lo puedo juzgar yo. Pero sí sé cómo se siente.
Sí puedo hablar del vacío que se genera cuando tenés que guardar el alma rota en
la billetera para que no la vea nadie. Mirar a los demás y contarles que algo
no funcionó con esa persona, con ese proyecto, con ese otro. Y decir que estás
bien. Y poner cara de nada. Porque la cara de nada es la que funciona y la que
está bien en estos casos. Y decir que lo vas superando (Permítanme reírme de
esa palabra: SUPERAR). Superando, sí; superando las náuseas de sentir que no te
quieren. Superando la idea de no haber sido suficiente. Superando la nostalgia.
Superando la idea de ser un pobre diablo. Ser un ‘superadito’ y aceptar que
estas cosas forman parte de la vida. Que está todo bien, porque los
sentimientos son descartables.
Quien te dice que algún día me la crea. Quien te dice que
algún día saque el alma de la billetera, la remiende, le saque las arrugas y me
compre un chocolate.
No hay comentarios:
Publicar un comentario