Hoy me desperté a las 7:07 hs. y supe que iba a morir. Me
quedé en la cama tapado hasta el mentón mirando el reloj en la pared; ese
anunciante del paso del tiempo y de la llegada inminente de los finales, hoy me
anunciaba el mío. Eran las 7:35 hs. Y decidí que debía enfrentar el destino. Me
senté en la cama, miraba mis zapatos en el suelo. Anoche los deje, como todas
las noches, al costado de la cama. Y ahí seguían, esperándome inmóviles para
llevarme a mi destino final. Incierto destino que la hora repetida me había
anunciado.
Nunca fui un tipo supersticioso, pero varios eventos
recientes, que no voy a detallar, me han llevado a un estado constante de
atención a detalles que jamás hubiera percibido. Uno de estos detalles, quizás
el más nefasto de todos los azares, es la “hora repetida”. Siempre la misma
cifra numérica marcada en hora y minutos. La venía viendo hace meses, y no hace
falta que nadie me lo advierta, era mi estómago, mis intestinos, algo en las
entrañas que me lo decía, que me lo gritaba desde el fondo oscuro del poso de
la conciencia: ¡Mala suerte!
Por eso esta mañana supe que iba a morir. Quizás los
numerólogos discrepen diciendo que el ‘7:07’ es un número bueno, ya leí mucho
al respecto. Pero estoy seguro de que no. La hora repetida me persigue y hoy me
alcanzó. Y estaba ahí sentado en la cama mirando mi zapato derecho pensando en
que era él quien iba a dar el primer paso de mi suerte. Quizás empezar con el pie
derecho iba a movilizar los sentimientos universales y la muerte que se me
venía encima iba a ser rápida y sin dolores de agonía. Sí, me vestí y mi primer paso fue diestro. La cocina
estaba iluminada por el sol. El olor a café me llegó como desde un sueño. ¿Cuántas
tazas de café habré tomado en la vida? ¿Por qué café y no té o jugo? Quizás hoy
debería tomar algo distinto, pero cuál sería la diferencia…
A las 9:08 hs. abrí la puerta de calle y a las 9:09 hs. pise la
avenida. Caminé rápido hasta la parada de colectivo porque seguro que llegaba
tarde a trabajar. Pero no tardó en llegar y conseguí asiento en la última fila.
Por un momento me perdí en la diapositiva que me presentaba la ventanilla al
pasar por los barrios. En ese momento empecé a soñar con Mar del Plata. Siempre
quise ir para quedarme. Después de Mendoza, esa era la única ciudad Argentina en
la que podría vivir sin quejarme. Ni siquiera el olor del puerto me hubiera
molestado. Empecé a recordar a mi madre mojándose los pies en el agua y cómo la
arena compacta que barre el agua brilla al amanecer. Me acordé de aquel amor
que encontré y perdí junto al mar. El teléfono sonó y volví a la realidad. Era
uno de esas alarmas que pongo los fines de semana para despertarme más tarde,
la apagué y seguí mirando el paisaje urbano.
Los hechos que siguieron no fueron muy relevantes, llegué
temprano a trabajar y fue un día bastante tranquilo. Pero yo estuve inquieto todo el tiempo. En cualquier momento iba a llegar el paro cardiaco, la embolia,
el terremoto, el asaltante, la bala perdida, el fuego, la bomba atómica… la muerte. Hoy iba a morir y no
podía evitarlo. Miré un par de veces el reloj a las 14:14, 16:16 y finalmente
a las 18:18 hs. cuando iba de regreso a casa. No quise mirar más el reloj, ya era demasiada tortura.
Demasiados cuidados había tenido. Había mirado para los dos lados en cada
esquina, había comido en la oficina, evité todos los andamios y escaleras,
espanté a tres gatos y ni siquiera eran negros. A las 18:18 hs. decidí que no
iba a mirar más el reloj. Quizás el universo quería que muera de locura.
De camino a casa fantaseaba las mil maneras de morir
posibles. El cielo se estaba nublando con nubes gordas que reflejaban el sol ocultándose.
Qué lindas son cuando se ponen de color rosa o naranja… en la radio pusieron ‘Heroes’
de David Bowie y apoyé la cabeza en la ventanilla sonriendo un poquito. Me
acordé del videoclip de Tame Inmpala que me había mostrado… y que hacía que me perdiera en una linda cadena de imágenes. Cómo pasa el tiempo… otra vez hace calor. No está
bueno morirse en primavera.
Llegué a casa un poco más tranquilo, pero no sé a qué hora
metí la llave en el ojo de la puerta, seguro eran las 19:19 hs. no sé, no miré el reloj, pero ahora son las 23:23 hs. y estoy sentado en la cama. Los
zapatos yacen de la misma forma que anoche y me miran quietos y silenciosos. ¿Se estarán
despidiendo? Voy a morir mientras duermo, eso es seguro. La almohada esta fría.
Buenas noches.
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