lunes, 8 de abril de 2013

Tu vida un número. Vos un número.


“La vida es todo lo agradable que se lo permitas”  (Charles Bukowski)


El sol nos daba en la cara. Tenías la sonrisa pintada y la mirada lejana. ¿En qué piensa la gente cuando la mirada se le escapa del cuerpo? ¿Qué siente la gente cuando deja de sentir? ¿Dónde estaban posados tus ojos? 
No me di cuenta de lo que ibas a decir pero era algo que ya sabía. Esperaba que no lo dijeras. Mas bien que no lo pensaras. Pero los rincones donde el alma esconde los pensamientos a veces son alcanzados por la luz de la mañana y florecen como la 'enamorada del muro' en plena primavera.
Esperaba que me ames. Pero más esperaba poder amarte. Intento fallido nuevamente. Lograste, con las palabras exactas, describirme como el sapo de otro poso que pensás que soy. El no perteneciente, el raro. Y así me sentí pero no frente a mí, sino frente a vos. Frente al ser de otro ecosistema que estaba sentado a mi lado esta mañana. En otra ocasión yo también hubiera perdido mi mirada en la calle o en el café. En la luz que se refleja en el asfalto o en el vaivén de las hojas del álamo viejo. Pero ya tu mirada estaba perdida en alguna idea. En algún reproche. En alguna “crítica constructiva”.
No quise que te callaras, porque supongo que era algo que necesitabas decir. Eran más bien las frustraciones que a veces guardamos en el pecho y nos pesan menos cuando las soltamos sobre el lomo del otro. Pero más que todo, eran el abismo de diferencias que nos separan. Que te hacen diferente. Que me hacen un chabón distinto a los de tu clase. Si es que en clases se distinguen las personas. Si es que hay mejores y peores.
Ese abismo se abrió de repente entre nosotros y quedamos a kilómetros incluso estando sentados uno frente al otro.
Eran los números. Era tu DNI, era tu número de cuenta corriente, el número de legajo de tu trabajo, tus notas en la facultad, la cifra mensual del alquiler, la matricula de tu auto, el precio del estacionamiento, los gastos en el súper, tu edad, el tiempo que te queda y el tiempo que perdiste. Era el número de novios que tuviste y el número de veces que lloraste. Eran cantidades, eran cifras acumuladas, ERAS un número parlante.
Entonces me di cuenta del sentido cuantitativo de tu existencia. Del motivo ‘objeto’ que te impulsa. Y entonces mi mirada sí se poso en ese rayo de luz que vagamente llegaba hasta tu pelo. Ese que ansiaba acariciar hace un instante. 
Me puse triste por no poder entenderte y que vos no me entiendas. Me puse triste un ratito y después feliz. Porque ya no tenía que seguir intentando amarte.
Ya no me pesaba en el corazón ese deseo. Hubiese intentado defender mi posición. Explicarte que aún siendo solamente YO intentaba ser feliz y a veces lo lograba. Explicarte que no sé tanto de números y que no soy uno. Que tengo instantes buenos y malos pero míos, y los vivo como puedo. Que toda mi vida es un total fracaso si de números se trata, pero que intento disfrutarla en cada detalle. Hubiera intentado entenderte, porque las personas, a veces, entienden de números. Pero, ¿puede un número entender a una persona?


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