“La vida es todo lo agradable que se lo permitas” (Charles Bukowski)
El sol nos daba en la cara. Tenías la sonrisa pintada y la
mirada lejana. ¿En qué piensa la gente cuando la mirada se le escapa del
cuerpo? ¿Qué siente la gente cuando deja de sentir? ¿Dónde estaban posados tus
ojos?
No me di cuenta de lo que ibas a decir pero era algo que ya sabía. Esperaba
que no lo dijeras. Mas bien que no lo pensaras. Pero los rincones donde el alma
esconde los pensamientos a veces son alcanzados por la luz de la mañana y
florecen como la 'enamorada del muro' en plena primavera.
Esperaba que me ames. Pero más esperaba poder amarte. Intento
fallido nuevamente. Lograste, con las palabras exactas, describirme como el
sapo de otro poso que pensás que soy. El no perteneciente, el raro. Y así me sentí pero no frente
a mí, sino frente a vos. Frente al ser de otro ecosistema que estaba sentado
a mi lado esta mañana. En otra ocasión yo también hubiera perdido mi mirada
en la calle o en el café. En la luz que se refleja en el asfalto o en el vaivén
de las hojas del álamo viejo. Pero ya tu mirada estaba perdida en alguna idea. En
algún reproche. En alguna “crítica constructiva”.
No quise que te callaras, porque supongo que era algo que
necesitabas decir. Eran más bien las frustraciones que a veces guardamos en el
pecho y nos pesan menos cuando las soltamos sobre el lomo del otro. Pero más
que todo, eran el abismo de diferencias que nos separan. Que te hacen
diferente. Que me hacen un chabón distinto a los de tu clase. Si es que en
clases se distinguen las personas. Si es que hay mejores y peores.
Ese abismo se abrió de repente entre nosotros y quedamos a kilómetros
incluso estando sentados uno frente al otro.
Eran los números. Era tu DNI, era tu número de cuenta
corriente, el número de legajo de tu trabajo, tus notas en la facultad, la cifra
mensual del alquiler, la matricula de tu auto, el precio del estacionamiento,
los gastos en el súper, tu edad, el tiempo que te queda y el tiempo que
perdiste. Era el número de novios que tuviste y el número de veces que
lloraste. Eran cantidades, eran cifras acumuladas, ERAS un número parlante.
Entonces me di cuenta del sentido cuantitativo de tu
existencia. Del motivo ‘objeto’ que te impulsa. Y entonces mi mirada sí se poso en
ese rayo de luz que vagamente llegaba hasta tu pelo. Ese que ansiaba acariciar
hace un instante.
Me puse triste por no poder entenderte y que vos no me
entiendas. Me puse triste un ratito y después feliz. Porque ya no tenía que
seguir intentando amarte.
Ya no me pesaba en el corazón ese deseo. Hubiese intentado
defender mi posición. Explicarte que aún siendo solamente YO intentaba ser
feliz y a veces lo lograba. Explicarte que no sé tanto de números y que no soy uno.
Que tengo instantes buenos y malos pero míos, y los vivo como puedo. Que toda mi
vida es un total fracaso si de números se trata, pero que intento disfrutarla
en cada detalle. Hubiera intentado entenderte, porque las personas, a veces, entienden de números. Pero, ¿puede un número entender a una persona?
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