Me
duele el alma.
Desperté
esta mañana, pensando.
pensando
demasiado, demasiadas cosas.
En este
par de zapatos, en estas sabanas viejas.
En ese
espejo colgado en la pared.
He
cerrado la ventana para que el sol no me alcance.
He
guardado tu retrato en el cajón.
Los
ruidos de la calle me llegan lejanos
como de
otro mundo.
Y el
techo...
El día
me sorprendió de repente
cuando
todavía no se apagaban las luces de mi cabeza.
Y la música
de la fiesta y el reír de los juerguistas
todavía
no se habían acallado del todo.
El
dolor, el dolor en mi cabeza.
El
dolor, el dolor en mi alma.
Las
campanas llamando a los creyentes.
Parecen
ser mujeres que prometen libertad
a los
esclavos de su propia conciencia.
Yo no
las dejo entrar,
porque
no saben de mis delitos ni de mis condenas.
Solo me
quedo en silencio y espero a que callen de una vez.
Y el
techo...
El teléfono
sonó tres veces y ya no sonó más.
Fueron
las voces de aquellos que me recuerdan
que el
mundo sigue girando.
Pero yo
estoy quieto y giro con el mundo.
Y dejo
que me lleve a ninguna parte.
Y que
siga pasándole cosas a la gente.
Y que
siga habiendo otoño.
Y que
siga lloviendo.
Y que
sigan casándose.
Y que
sigan enamorándose y odiándose.
Son las
voces de afuera.
Que me
recuerdan que el mundo sigue girando
a pesar
de mi ausencia.
Aunque
ya no este presente ni siquiera en mi mismo.
Aunque
solo sea un recuerdo.
Aunque solo sea polvo, silencio, tumba, nada.
((I.H.D.))
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